Fridel Safranchik
Fridel Safranchik Z’’L
Fridel Safranchik Z’’L
Bajo un sol de libertad (Primera Parte)
Llegan a mis oídos susurros de un pasado muy lejano. Historias contadas bajo un naranjo, o en la cocina de mi infancia.
Mis abuelos vinieron en 1980 desde Bielorrusia, durante la colonización del Baron Irsch, escapando hacia una tierra, donde pudieran vivir sin, persecuciones y terror.
Mis abuelos paternos ya tenían seis hijos, su mayor miedo era que el ejército del Zar llevara a sus hijos (Inguels) al frente. En el buque trajeron conteiners, con los elementos necesarios, para su futura casa (hasta un carro).
Al llegar a Basavilbaso (Baso), Entre Ríos, en tren desde Buenos Aires, creyeron ver la Tierra Prometida, planicies verdes, con un clima jamás imaginado. Un gran baúl lleno de abrigos gruesos, algunos de pieles, fue reenviado a su lugar de origen, a los parientes que no quisieron emigrar al país de los salvajes.
La casa resultó una construcción de tres habitaciones, con piso de tierra y techo cubierto de paja. No desesperaron, estaban encandilados por el maravilloso sol de libertad.
Nacieron tres hijos más, uno de ellos mi padre. Con el tiempo hicieron una gran cocina, con piso de ladrillos y una galería (que aún permanece en mi retina) donde permanecían en los cálidos veranos. Estaba equipada con una enorme mesa y bancos de madera. La fragancia de los laureles y paraísos los acompañaba. Cubrieron los pisos de las habitaciones con: lonas, sobre ellas bolsas de harina (eran de tela gruesa) y por último: las alfombras, traídas de tan lejos. Mi babe y tías tejieron cortinas al croshet. Así se convirtió en un apacible hogar.
Mi zeide aprendió a arar la tierra y ser un buen ganadero. En el aniversario del País (1910) obtuvo un premio por uno de sus toros. En la foto de ese evento está con sombrero, gran barba (nunca se la cortó), bajo su saco asoma el talit.
Varones y niñas asistían a la escuela, en las mañanas castellano y en las tardes hebreo e idish. El Shabat era sagrado. Los mayores pronto se casaron y formaron nuevos hogares.
Mi papá fue un gaucho judío, de bombachas y facón. Feliz, y orgulloso de ser argentino. Rusia quedó en el pasado. Escuchaban por onda corta las noticias que llegaban de la Guerra (segunda), eran pocas. Pero, los peones alemanes rumoreaban que, cuando el Reich tomara la Argentina, ellos serían los dueños de esas parcelas.
Tuvieron problemas con el matadero judío, en el gobierno de Farrel. Con Perón en el poder, se sumaron otros inconvenientes. Dejó de ser la Tierra de la abundancia.
Vinimos a Córdoba. Comenzó el desarraigo de nuestra identidad.
Esther Safranchik de Sidi
Bajo un sol de libertad (Segunda Parte)
Sonidos del Ydish mezclados en cada frase de las conversaciones en casa de mis abuelos maternos, suenan en mi memoria. Partes de un ladino mezclado con español reverbera en mi pasado al recordar la casa donde nací, de mis abuelos paternos.
Lejanas imágenes de hermanas de mi abuela que jamás volvimos a ver. Tantos primos corriendo por calles de tierra que ya no existen se mezclan con personajes de algún cuento.
Comer a la sombra de una parra que luego daba sus hojas para saborear esos niños envueltos heredados del lejano puerto de Izmir, trae a mis papilas gustos y añoranzas de mi niñez.
Somos de una generación de judíos argentinos post guerra, post Shoá, post diáspora, post miserias, nacidos con el miedo y el terror por las botas.
Con historias de antepasados transmitidas en episodios a veces incompletos. Con tradiciones adaptadas, modernizadas, y esperemos no debilitándose en un futuro cercano.
En esos ámbitos me tocó vivir estos primeros 43 años. Dentro de una familia Cordobesa, Judía. Con la suerte de haber transitado por movimientos juveniles con fuertes valores humanos. La posibilidad de haber podido vivir un año de mi juventud en Eretz Israel.
Épocas de familias abiertas a la exogamia, ya no como amenaza de asimilación sino como una realidad ineludible con la que debemos convivir y aprender que solo con la inclusión podemos generar y propender a crecer.
Coexistiendo también con cambios influenciados por personajes importados, que a través del facilismo estructurado en respuestas ya resueltas, generan un dogmatismo simplificado, modificando idiosincrasias en algunos seres cercanos que hasta hace no tanto, compartían con el resto momentos comunes, sin necesidad de modificar sus costumbres. Realidad también ineludible con la que deberemos aprender a transitar.
Con la dicha de haber formado una familia en el seno de este pueblo milenario. Activando por los valores que creo justos y educando a mis hijos por esa senda.
Las historias no son tan distintas, somos cada uno de nosotros los responsables de no olvidarlas, aprender de ellas, ser fuertes para sostener esta familia comunitaria a la que nos tocó pertenecer.
José Sidi