Mi papá se llamaba Hershl Kowadlo, vino a a la Argentina con su madre, Feiga Ser y su hermana Libe. Eran de Byalistok, Polonia. Llegaron a Córdoba porque había un familiar de mi abuela, en el año 1926.
Mi mamá llegó en 1935, Malka Rojksza Grynszpan. Ella también era polaca, de un pueblo Dlugoziodlo, que quedaba a dos horas de Varsovia, un shtetl. Decide migrar porque eran las previas a la segunda guerra.
Era hija de una familia de once hijos, dos murieron y quedaron 9 hermanos. En un momento unos tíos de ella que vivían en Córdoba (la tía era hermana de su papá, Grynzspan, que no tenían hijos) quisieron que viniera uno de sus hijos, alguno de los varones, a la Argentina. Sheine, se llamaba la tía, y el Tío Psaje.
Ya era la ocupación alemana y mi madre sufría mucho lo que pasaba, lo escribió en una de sus historias. Decía que los jóvenes padecían, se juntaban y hablaban del fascismo y del hitlerismo. Las bandas hitleristas andaban por todos lados, y además, el pueblo polaco era antisemita. También había un problema serio con la escolaridad, pero como su papá era maestro, maestro de jeder, un lehrer, que enseñaba religión, los ayudaba. Mi mamá logró hacer la escuela, a pesar de que había períodos de intermitencia, los judíos tenían durante períodos en que el ingreso se cerraba y no tenían acceso. Cuando abrían iban y completaban todos los años juntos. Así es como ella logró terminar el gymnasium, un equivalente del secundario.
Como en el pueblo no había ningún tipo de expectativa, se fue a trabajar con una señora judía a Varsovia, y cuando la señora se enteró de la posibilidad del viaje a Argentina, le dijo a mi mamá: «Andá vos» La señora era dueña de una fábrica de fajas y corpiños. «Acá la situación es grave y peligrosa, tenés que irte» le dijo.
Mi mamá decidió a sus 19 años venirse sola a la Argentina. Sola. Ella escribió en su diario que con lo que ganaba ahí, juntaba los retazos de tela que sobraban, hacía algo y lo vendía, así juntó plata y logró pagarse el pasaje de barco. Ella ahorró y la señora la ayudó.
Mi abuela Kowadlo se separó, abandonó al marido, y se vino sola con los hijos. Y yo me llamo Luisa, Lea, en yddish, por mi abuelo, que se llamaba Luis, el que quedó solo. Él se quedó sólo en Byalistok y nunca más se supo de él.
Con la familia de Polonia se corta todo por el lado paterno. Ella se fue y no miró para atrás. Era la madre de mi padre y cortó todo vínculo. Las mujeres de ambas familias eran fuertes, está a la vista: Mi mamá para viajar a Argentina, se fue a Francia y tomó el barco en Cherburgo.
Fue a buscarla a Buenos Aires un apoderado, todos eran paisanos. Tuvimos una familia del corazón, unidos por ser galizianer. Los Zelerkraut, otro que le decíamos «el morocho«, pero su nombre era Herzman. Se constituyeron en tíos, las reuniones familiares eran con ellos. Éstos eran los vínculos afectivos que los inmigrantes construyen en sus nuevos lugares.
Mi mamá vino a Córdoba en el año que muere Carlos Gardel. Ellos vivían en Alta Córdoba, en la calle Jerónimo Luis de Cabrera, en casa de los tíos Sheine y Psaje, la calle del ferrocarril Belgrano. Esa calle cruzaba el tranvía. Mi mamá se sorprendió porque una vecina se quiso tirar abajo del tranvía porque se murió Carlos Gardel, por eso recordamos la fecha. Mi mamá no entendía nada, porque si ella se dio vuelta al mundo, para salvar su vida, cómo alguien por un cantante de tango, iba a querer suicidarse. Así tenemos asociada la fecha de su arribo a la Argentina.
La vida era lo más preciado, se vivía en Europa peligrosamente, ya eran tiempos de ocupación, y mi madre sabía qué ponía en juego. De la familia de mamá, Grynszpan sabemos que sólo sobrevivieron tres hermanos, y los otros fueron asesinados. Un hermano, Moishe, se fue antes de la guerra a Estados Unidos, era rabino, y las hermanas se fueron una a Israel, y la otra a Estados Unidos. Pero luego se reunieron con el rab en Estados Unidos. Mi mamá se reencontró con una de sus hermanas y con Moishe en Israel, después de treinta y cinco años. Cuando supo que se iban a encontrar se puso a escribir su diario que lo encontramos cuando falleció y ahí pudimos unir los datos de su historia. Mi mamá nos dejó en 1985. Mi papá era diez años mayor que mi mamá.
A mi madre le llamaba la atención esa Argentina. Los tíos de la calle del ferrocarril tenían un negocio, la librería más grande de la zona, juguetería, marroquinería, y un poco de almacén. A la casa se entraba por un pasillo. Había dos pasillos en la cuadra, la casa de los tíos, la familia del lado era armenia, Assadourian, eran zapateros, el peluquero era italiano, y el sastre italiano. En el pasillo de Doña María, se hablaba español y así se repetía el paisaje migratorio por todo el barrio, y supongo que muchos más. En el otro pasillo vivían los Salzano, Daniel el periodista y escritor y Juancito se criaron ahí. Su papá trabajaba en el ferrocarril, de ahí hicieron la historia con el cantante Jairo. Todos eran inmigrantes, esa era la Argentina de los cuarenta.
Yo tengo fotos de mi mamá, la vemos con un guardapolvo blanco y un moño a lunares. Así vestida iba a la escuela a aprender castellano. En ese lugar están las inmigrantes de todos los países. Fue un momento muy especial de la Argentina.
Todavía no existía el Estado de Israel, y la gente se reunía en un lugar que se llamaba Biblioteca Juventud Israelita. Ahí se conocen mis padres, mi mamá iba a hacer teatro. Era una linda mujer, bajita, tenía unos ojos celestes impresionantes, y él era bibliotecario, vivía donde le gustaba, entre libros. Se conocieron, se enamoraron y se casaron. Él era vendedor ambulante, un kuentenik. Vivieron un tiempo en Córdoba y después, se fueron a Balnearia, porque mi padre ahí tenía casi toda su clientela. Nació mi hermano y después mi hermana, en Córdoba, con ellos pequeños se fueron, mi papá trabajaba en la región: La Para, la Puerta, Chipión, Montecristo, Marull. Y allí estuvimos unos años hasta que teníamos que hacer el secundario y sólo había un colegio religioso, imposible pensarlo, y para mis padres había que estudiar.
Plata no había, éramos muy pobres, pero el único objetivo era estudiar. Nosotros vivíamos bien, nunca nos faltó nada, la casa era muy sencilla, pero una buena casa, los domingos no faltaban las bombas de crema de Caturelli, el pastelero, y teníamos margen para disfrutar. Mi mamá cosía, así que las chicas éramos muy elegantes, siempre a la moda.
Ana y Ernesto iban a la escuela pública, un día ellos dijeron en la escuela que mi mamá hablaba en inglés y francés. Lo único que sabía mamá era un juego de palabras en yddish: “Anglí, angle angle vate vern, francí, francí, francé france vate vern” eso era todo. Un día, llega el director de la escuela, a conocer personalmente a esta persona tan importante y mundana que había llegado a Balnearia. De ahí salió una hermosa amistad, la fantasía quedó como anécdota familiar.
Ernesto y Ana hacían música, mis padres querían para nosotros una formación, dentro de lo limitado que era todo, sin medias tintas. Yo hice en Balnearia inferior y superior. Ernesto se vino a estudiar con los tíos, y a partir de esa situación se decide que teníamos que venir todos a Córdoba. Mi papá consiguió por el banco hipotecario el crédito para compra una casa en Jofre.
Los Galizianer le ayudaron a mi papá para acceder al crédito, para comprar la casa, como lo haría cualquier familia. Ya en Córdoba empecé el colegio en segundo grado, y Susi, la menor entró a jardín. A partir de volver aquí se reconectan con los tíos. Las fiestas judías son con ellos, los cumpleaños, los logros, y los fines de año.
El objetivo familiar es que nosotros estudiáramos. Ernesto entró en la adolescencia a trabajar en una fábrica de ropa, los Fleiderman, en la calle Rivadavia, y entró a los 14 al Banco Israelita. El lugar que dejó Ernesto lo tomó Ana. Ellos iban al Manuel Belgrano de noche y trabajaban de día.
Recuerdo que mis padres eran un referente, no importaba donde quedaba la casa, ni cuántos kilómetros tenía que hacer la gente para llegar, entonces nadie tenía auto, pero ellos nucleaban, eran hospitalarios. Además eran personas inquietas y querían para nosotros todo lo que no pudieron conseguir en sus propias vidas. Los dos se fueron con el sueño cumplido, los cuatro estudiamos y pudimos elegir profesiones que nos permitieron realizarnos.
Luisa Kowadlo