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Eva Busniska – Jaime Edelstein

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Mi madre, Eva, tenía ocho hermanos. Nació el 3 de mayo de 1903. Era hija de un estudioso de yeshivá, no sé si era maestro y la mamá tenía un negocio y estaba a cargo de la casa. Vivían en Varsovia. Mi mamá nació en Varsovia, y mi papá en un pueblo que se llamaba Schedletz. Papá nació en 1899. Él era relojero. Tenía un taller. Mi mamá trabajaba en un comercio de ropa interior bordada a mano.
Los progroms se habían diseminado en Europa del Este y en Rusia y Polonia ya era imposible vivir.
Cuando el Barón Hirsch fundó la Jewish Colonization Association, decidieron venir a Argentina. Esta fundación salvaba a los judíos que querían irse, ayudó al traslado y compraron tierras en distintos lugares de América. En Argentina adquirieron tierras en Entre Ríos, en Corrientes, en Buenos Aires, en Santa Fé y en Santiago del Estero.
Los judíos veníamos huyendo de los progroms y los italianos y españoles de la hambruna.
Mi papá vino con toda su familia: su madre viuda y dos varones casados con sus mujeres embarazadas y una hija soltera. Fueron a Colonia Dora, de Santiago del Estero. Parecía esperanzador: les prometieron casa, caballos, vacas y terreno, pero cuando llegaron aquí se encontraron con dos paredes. Es decir, una tapera.
Ellos llegaron a Santiago del Estero a fines de noviembre, un mes y medio después nací yo (enero de 1928). Así viajó mi mamá, embarazada en el barco. Llegaron a Buenos Aires, pernoctaban en el Hotel de Inmigrantes, pero había un primo de mi papá que los alojó en su casa, unos días, hasta que los designaron a Colonia Dora.
Hubo gente que había llegado antes, con el mismo programa, que tuvo compasión de mi madre y la llevaron a su casa para que pueda parir con tranquilidad y no en pleno campo, sin nada. Yo me acuerdo que ella hablaba de una familia Molianovsky. En casa de ellos, nací yo.
Venir de una ciudad como Varsovia, llegar a Colonia Dora, y tener dos paredes para guarecerse y vivir era inconcebible. Sin casa, sin plata, sin amigos, sin vecinos. Es difícil de imaginar. Fui la primera hija de una mujer inmigrante polaca de 27 años.
Mi papá trabajaba en el campo. En Santiago del Estero, en Añatuya, estaba el administrador de la Jewish que dirigía los trabajos de esos colonos. Mi papá era un hombre muy hábil, con las dos paredes, hizo una habitación, con piso de barro.
Mi mamá me cuidaba, pero para ganar unos pesos hacía facturas y mi papá las llevaba a vender los domingos a la cancha. También hizo junto a mi padre los canales de riego que venían de los ríos, para que fueran tierras de cultivo.
En el año 29, un 23 de agosto nació mi hermana.
Cuando yo tenía 7 años nos fuimos a Buenos Aires, mi papá quería trabajar de su profesión, pero no podía porque no tenía idioma así que se fue a trabajar a una fábrica de perchas. Se convirtió en lustrador de perchas. Mamá ya tenía la tercera hija. Sí, tres hijas. A veces se ayudaba lavando ropa para afuera.
Tengo de esa época tres imágenes guardadas en mi memoria. Un auto (fue la primera vez que vi un auto0. Me di un susto tremendo, era un bicho inmenso que largaba fuego por los ojos. Me largué a llorar, pero mi mamá me tranquilizó: “Es un automóvil, Anita“.
En el pueblo no había casi coches.
El segundo recuerdo era que mi papá venía en un carro y nos hacía señas que no nos moviéramos. Mi mamá y yo estábamos a la sombra de un árbol, en un catre. Que no bajáramos de ese catre, nos gritaba. Cuando se acercó, debajo del catre había una gran víbora. Trajo un rastrillo, y sacó a la víbora de debajo de la cama.
La tercera imagen fue cuando nació mi segunda hermanita. Vi como mi papá ponía las correas en el techo para que el parto fuera de sentada. Mi mamá se iba a sostener de esas cuerdas para hacer fuerza.
Cuando vivíamos en Buenos Aires mi papá se enfermó. Empezaron a ver con otra gente que hablaba Yddish dónde podían encontrarle un trabajo de relojero. Le aconsejaron un pueblito en Entre Ríos: Villa Clara. ¡Y ahí nos fuimos! Mientras, yo había ido a jardín de infantes, y aprendí castellano; no sabía nada, sólo hablaba en yddish. Me costó dolores, porque mis compañeros se burlaban de mí. Pero lo aprendí, iba a una escuela de la calle Olaya. Ahora pienso en castellano, ya no lo hago en yddish, ha pasado a ser mi segunda lengua.
Cada cambio de lugar me costaba mucho. Pero mi papá comenzó a trabajar como relojero, y eso para él era importante. Yo ya había hecho primer grado en Buenos Aires, y mi papá no sabía escribir en castellano, y necesitaba comprar fornitura para reparar los relojes. Así que me fui a la casa de la que era mi maestra para que me enseñara a hacer correspondencia en castellano. A partir de los ocho años fui la secretaria de mi papá. Me convertí en la ayuda que mi papá necesitaba para poder trabajar. Cuando estaba en segundo grado fui la abanderada de la escuela porque tenía el promedio más alto de la escuela. Mi mamá estaba muy orgullosa.
Mi papá empezó a trabajar bastante bien, éramos como los migrantes, teníamos una vida sencilla, pero él era un romántico, no sabía hacer negocios ni ganar dinero, a él le hacía sentir muy orgulloso cuando un reloj le salía bien.
En Villa Clara sólo había escuela hasta cuarto grado. De esa escuela recuerdo una fiesta patria en la que yo tenía que actuar. Me enseñaron a bailar el pericón. El día de la fiesta cada mamá tenía que vestir a su nena, y mi mamá, muy cuidadosa, me puso lo mejor que tenía que era uno de esos camisones bordados a mano. Pero ¿qué sabía mi mamá de gauchos?, entonces me sacaron de la fila del baile, y nunca más tomé parte de nada. Como cantaba lindo, en los cuadros vivos, cantaba, pero detrás del telón.
La escuela de Villa Clara tenía clases hasta cuarto grado. Mis padres nos llevaron a Basavilvaso para que pudiéramos estudiar. Ese era el valor principal, estudiar, progresar, pensar en nuestro futuro. Pero algo sucedió que me hizo dejar los estudios:  cuando terminé sexto grado teníamos vecinos que eran del radicalismo, le ofrecieron a mi papá becarme para que yo fuera a otro pueblo a estudiar, pero a cambio él tenía que afiliarse al partido. Mi papá dijo que no se vendía y me quedé sin estudiar. Ahora me pregunto cómo hubiera sido mi vida con estudios.
Estuvimos muchos años ahí. A los 17 años me enamoré de un vecino, vivía en frente de casa y ahí comenzó mi vida sentimental. Nos queríamos, tuvimos tres hijos.
Mis dos hermanas fueron a trabajar a Buenos Aires, y mis padres se fueron también, mi papá continuó trabajando. Yo me quedé con mi marido en Basavilvaso. Era empleado de Molinos, empezó de cadete, a los ocho años y trabajó toda la vida allí, hasta conseguir un cargo importante. Murió joven, y me vine con mis dos hijos a Córdoba. El mayor ya estaba estudiando aquí.
Quise reunir a la familia y tener un lugar propio, y aquí estamos.

Anita Bendersky

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