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Ruth Lenkiewicz – Kurt Ehrenfeld

Ruth Lenkiewicz – Kurt Ehrenfeld

Ruth Lenkiewicz (9/1925- 5/04/2006)

Kurt Ehrenfeld (12/1918- 12/01/2008)

Entrevista a Noemí Ehrenfeld

Autora de la nota: Nora Pojomovsky

 

Mis padres llegaron de Alemania en 1938. Mi papá de Laufenselden-Hesse, un pueblito cerca de Wiesbaden, al sur oeste de Berlín.  Mi mamá era berlinesa. Se conocieron en Colonia Avigdor, una colonia judía de Entre Ríos.

Con el nazismo el abuelo materno decidió venir, antes lo habían metido preso una hora por patear a un tipo de la Gestapo en la calle y entonces consideró que era momento de largarse.

Mi padre pertenecía a un grupito que se preparaba para también para irse del país, socialistas judíos que emigraron.

Ruth y Kurt se casaron en Bovril; ese día y en ese momento hubo un ciclón y a mi mamá se le voló el sombrero adornado por mi tía con unas frutitas, hecho para el evento.

Mi papá se hizo campesino; en la regulación de Perón la migración iba al campo, esa era la legislación, había una frase célebre del peronismo “hacer patria”, así que esa fue la patria que le tocó a mis padres.

Él estudió Veterinaria en Alemania, y la mamá, que era una burguesa de Berlín, sembró desde cártamo hasta maíz en las tierras del noreste argentino. Ella decía que hay que poner tres granitos de maíz separados de un metro y después poner otros tres granitos y continuar… eso aprendió mi mamá. Era la cultura del cultivo de maíz, ¡Hoy lo hace una máquina!

Nacimos mi hermano Claudio y yo en Avigdor, mi hermana menor en Córdoba, y migramos a Manfredi porque mi papá tenía asma y parecía que el clima era bueno. Ahí había una estación experimental del Inta y papá estaba encargado de ver por la salud del ganado. De Manfredi nos fuimos a Oncativo. Ya era más pueblito, tenía un aspecto más urbano, y en Oncativo papá hizo una farmacia veterinaria. Y siguieron vacunando caballos, cerdos, recuerdo que le curó la pata a un león ¡Porque llegó un circo!

Y después de un tiempo, muy relacionado con la escolaridad de los hijos, los papás, como buenos europeos, alemanes y judíos decidieron que nosotros teníamos que seguir estudiando en un lugar con condiciones formativas, así fue que llegamos a Córdoba. Por otra parte mi mamá quería estar cerca de su familia, tenía un hermano en la ciudad, el tío Arno Lenkiewicz. Entonces se mudaron a Córdoba en 1962, yo tendría 12 años.

Papá siguió manteniendo la farmacia y la veterinaria en Oncativo y viajaba cada día. Mamá se ocupaba de nosotros. Arno, el hermano mayor de mi mamá vivía con su familia, la tía y mis tres primos, con quienes se amplió la nuestra. En Córdoba hicieron toda una vida hasta que de muy mayores se fueron a Buenos Aires.

Mis padres nunca fueron religiosos, pero en Oncativo mi mamá, una mujer espiritual, hacía el shabes, prendía las velas pero cuando llegamos a Córdoba, no sé porqué las velas desaparecieron, junto con el shabes. Mamá era una mujer de fe, pero no religiosa. Para Iom Kipur y Rosh Hashaná había que ir a la sinagoga, íbamos las dos familias, nos encantaba.

Una vez recuerdo que a mis primas y a mí nos corrieron de la sinagoga: las tres estábamos sentaditas y el rabino, muy mayor, no se si sesenta o noventa, a nuestras edades los adultos siempre eran muy mayores, y a la hora del shofar, comenzó a soplar del cuerno y no sonaba nada. Era un sonido forzado, no se oía la voz divina, ni el llanto arrepentido, ni ningún sonido impactante y a todo esto se iba poniendo rojo, apopléjico. Lo nuestro era un ataque de risa, la gente se miraba entre sí, pero nadie decía nada, por supuesto. Pero nosotras no podíamos sostener la mirada neutra y mucho menos contener la risa, así fue que nos sacaron del templo a las tres, la reprimenda familiar fue terrible.

Para Pesaj era lindo porque nos juntábamos las dos familias, se hacía comida mi mamá y leíamos entre todos los párrafos sagrados, y después era fiesta.

Mi papá si hablaba de su pasado, y se pasó muchos años tratando de averiguar cómo estaban sus padres. Vivíamos en Oncativo cuando llegó una carta de la Cruz Roja comunicándole la muerte de sus padres. Mi papá, el tio Fritz, que es su hermano y la tante[1] Zenta que era la hermana menor, cada uno individualmente, hacía gestiones para llevarlos con un visado a sus respectivos lugares de inmigración. El tío Fritz salió con visa para Estados Unidos, papá tuvo cupo para Argentina, la tante Zenta vivía en París. Como Zenta era pequeña, creo que tenía unos 15 años, una tía de Paris firmó para que ella pudiera salir a Francia, se hizo responsable de sus papeles y de ella, y recién muchos años después la mandó a Nueva York. Allí había otros primos que ya habían migrado y también dos primas se fueron a Chicago. Ninguno de los tres logró su objetivo. Además, ¿qué probabilidad de que estuvieran vivos había?

Mi papá era orgullosamente alemán y judío, cuando yo le preguntaba: – ¿Papá vos te sentís más alemán o más judío? – Ese día había bronca. Pero lo cierto es que papá decía que iba a volver a Alemania como hijo de su patria. Sin embargo, era un hombre absolutamente enamorado de Argentina. La recorrió desde Oran hasta la Patagonia, cuando estaba en el laboratorio e iba con el viajante y con los productos, la recorrió de punta a punta y le apasionaba la música, los paisajes, las morenas… papá era un hombre muy interesante.

La abuela de parte materna vivía en Buenos Aires con la tante Ilse y muy raras veces iba a Oncativo, no recuerdo que haya venido a Córdoba. De la Oma[2] Hedwig, madre de mi mamá, se bastante poco; enviudó en Entre Ríos con 5 hijos. Quedó la pobre en la miseria, imagino lo que habrá sido su vida, después de haber sido una burguesa berlinesa, clase media acomodada, viviendo en casi un rancho anegado por el barro, porque en Entre Ríos llueve siempre. Ella no quería saber nada de la vida, se acostaba en la cama y le preguntaban si lo hacía por que el tiempo no era bueno, y ella respondía que no, que era el tiempo de Lenkievicz el malo. El suyo propio.

Vinieron todos juntos, toda la familia, después que el abuelo dijo nos vamos. Mi abuela era talentosa y hacía teatro, pusieron una obra que se llamó “El sueño de Jacob” que incluso fue publicada en el “Deustche Tagenblatt” de Buenos Aires, los actores eran sus hijos, y mi mamá fue entrevistada por la buena actuación de estos jóvenes judíos de Avigdor. En la entrevista, que la leí, le preguntaron a Ruth, mi madre, aún niña, que era lo que más le gustaba de Buenos Aires, y ella dijo: – ¡las luces!- .-¿Quisieras vivir en Buenos Aires?- le preguntó el periodista. -No no no, yo estoy muy contenta en Avigdor. Déjenme aquí-. Fue su respuesta.

El olor del placar de la casa de la Oma, en Buenos Aires era delicioso, tenía un olorcito rico, después descubrí que era Glostora, ¡Se marcaba los rulos con Glostora! Tenía Sugus en el placar, eso era lo máximo. La Oma era, como las mujeres antiguas, muy servicial con mi papá y a mi madre le ponía nerviosa. No entendía porque esa diferencia en función de género, mi madre tenía lo suyo!. Las abuelas eran mujeres tan abnegadas, tan sufridas.

Cuando yo tenía 18 años fui con mis padres a colonia Avigdor. Fue una odisea encontrar la Colonia, hacía muchísimo frío, era muy temprano, llegamos un sábado. Para preguntar dónde estábamos me metí en un almacén de Ramos Generales, esos que vendían desde semillas hasta tazas de porcelana.  Allí me encontré con unos tipos vestidos de gauchos, se dieron vuelta, estaban de espalda, y tenían unos pelos largos y unos ojos azules y yo pensé que gauchos tan raros éstos… También allí había sido la primera migración rusa, en el 14, y éstos hombres, fieles representantes de los gauchos judíos, nos dieron indicaciones de como llegar. Tomamos un camino muy barroso, y recuerdo un señor, un criollazo, morenazo, muy fibroso, muy vernáculo que respondía al nombre de Don Piedrabuena, lo podría dibujar porque lo recuerdo con nitidez. Cuando nos vio don Piedrabuena nos dice: “¡Pero qué hacen, si hoy es sábado¡” Pienso ahora, Dios mío lo que es la aculturación.

La hija de don Piedrabuena, Ana, tenía unos 15 años estaba condenada a un futuro incierto, y mi mamá la llevó con nosotros para que cuidara de mi hermano Claudio que era pequeñito. Estuvo en Manfredi y en Oncativo. Fue parte importante de nuestra vida. Hablaba alemán perfecto, Claudio mantuvo el vínculo con Ana, hasta que él murió. Mi hermano fue desaparecido durante la dictadura militar, y luego asesinado. Mi hermana migró a Alemania, yo a México. Claudio, desde el Liceo militar, le escribía a la Ana y le decía que había encontrado a la mujer de su vida, a la novia. Me encontré con esas cartas muchos años después. La Ana se ocupó de consolar a mi madre cuando perdió a Claudio. Fuimos a Avigdor y la vimos:  Ana se casó muy bien, y fue próspera, y su hija se casó con el gobernador en Paraná. Es notable el curso de vida de las personas como Ana que reprodujeron la historia cultural formativa europea. Los valores de mis padres llegaron a Ana.

Luego mis padres se fueron a Buenos Aires, la mamá encontró en Buenos Aires un templo llamado Mishkan, un grupo ecuménico, ella iba a esa casa con un rabino Nisemboim, siempre estaba a la búsqueda de cosas espirituales. Encontró apoyo cuando mataron a Claudio, en aquellos tiempos el oscurantismo era horrible. Mishkan según comentaba mamá era una comunidad, y allí daba rienda suelta a su vena poética, escribía leía sus poemas, y le hacía bien.

Mi mamá vino muchas veces a México, quedó fracturada por lo de su hijo y nunca se repuso. Mi papá era un estoico, tenía una historia de muerte permanente, primero lo de sus padres y luego se repite con el hijo, el silencio y el estoicismo era algo fundamental para sobrevivr. Mis abuelos, como mi hermano fueron muertos sin sepultura.

Un periódico de México empezó a publicar que había campos de concentración en Córdoba, y yo guardé los recortes, y cuando vinieron mis padres a México quise compartirlo. Yo tenía una mesita de vidrio de 80 x80 con un vidrio fino, y cuando le mostré a papá las noticias el viejo no dijo nada, y luego con la mano golpeó en el vidrio y lo rompió. -Si yo tengo que creer en esto tengo que creer que Claudio está vivo y ese es un pensamiento que no me puedo permitir- Ese fue su comentario.

Esto lo debe haber construido papá, a partir de un folder tamaño A 4 que yo encontré cuando falleció del cual nunca me había hablado antes, ahí había cartas donde mi papá le escribía a mi tío Fritz en relación a la visa de sus padres, se ve que él gestionaba la visa de los padres para traerlos, eran cartas a Fritz y a Senta, sus hermanos.

Cada uno pensaba que sacaría de Alemania a sus padres y los padres estaban muertos, seguramente en los Konzentrationslager[3]. Por eso la carta de la Cruz Roja fue definitiva, nunca hubo cuerpos, sólo hubo papel. Dos veces le pasó lo mismo.

Pese a todo mi papá amaba la vida, adoraba el sol, el día que estaba nublado se hundía. Ser migrante es la historia de la humanidad. Judíos, gitanos, amarillos, negros, pareciera que vivir es una eterna historia de migraciones. Pero a pesar de ellas y del trabajo duro mis padres reconocen haber sido felices en Avigdor, la Colonia que los recibió.

 

 

[1] Trad. Alemán: tía

[2] Trad. Alemán: abuela

[3] Trad. del Alemán: Campo de concentración.

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