Elige dónde compartir

Share

Escribe para buscar...

Augusta Abraham – Werner Noher

Entrevista a Inés Noher de Halac

Autora de la nota: Nora Pojomovsky

 

Mis padres nacieron en Berlín. Mi madre se había casado antes con otro señor del mismo apellido nuestro que falleció de gripe española cuando ella esperaba un bebé.

Los dos maridos tenían el mismo apellido; ambos eran primos. Ella ya tenía una hijita, mi hermana Uschi. En ese momento habrá tenido dos años. Se casaron con una pequeña ceremonia y muy enamorados, dijo mi madre que ya estaban los nazis en el poder. Mi padre era un señor un poco mayor, de unos cuarenta años y sospecho que tenía una familia anterior y que por las leyes de Nüremberg tuvo que dejarla. Ese capítulo de nuestra vida no lo conocemos, mi padre nunca hizo referencia a él. Es algo que mis hermanas y yo hemos creído que era así en base a datos  sueltos que fuimos uniendo.

Se casan en el ´38, y también por las leyes de Nüremberg no podían trabajar en sus profesiones. Mi madre era empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, y creo que en el ‘35 la fueron a buscar las SS a su lugar de trabajo. Lo supo por un amigo comunista que le avisó que venían por los judíos y pudo escapar. Ella se fue por la puerta de atrás y huyó. Estudiaba algunas materias en la universidad y tenía ese empleo como secretaria de un capitán.

Mi padre era ingeniero electromecánico, pero trabajaba vendiendo camisas porque tampoco podía seguir con su profesión. La visionaria fue mi madre, sabía que los nazis serían poder, y que Hitler iba a cumplir con lo que planificaba, y le dijo a mi padre que salieran de Alemania. Intentó mandar a mi hermana a Suecia, solita, donde mi madre tenía un hermano porque mi madre tenía la visión que los chicos también corrían riesgos. Lo que si se equivocaron es en que los abuelos no estaban en peligro. La cuestión es que tocaron puertas por todas las embajadas hasta que consiguieron una visa a Bolivia. Se embarcaron en un buque con chicos judíos todos menores que ellos dos, grupos juveniles que venían con dos rabinos. Llegaron a la Argentina y tuvieron un momento de gloria: el barco francés La Formose entró a Buenos Aires un 25 de mayo. Previo a llegar al al Havre, de donde saldrían, mi padre fue llevado por la SS en Aachen, cuando hicieron bajar a los judíos del tren. Y mi mamá con su hijita pequeña, esperaron que regrese. Estuvo varias horas demorado y volvió, tembloroso. Tomaron el tren siguiente al Havre. Mi padre parece que tenía un documento firmado por Hitler de su participación en la primera guerra mundial, eso lo salvó. Parece que muchos judíos tenían esos documentos. Él había sido oficial. Mis padres nunca apoyaron a Hitler y siempre se dieron cuenta que era un régimen criminal. Mi padre volvió de la guerra del ‘14 en el ‘18, se quedó en el ejército alemán, después de haber trabajado en empresas grandes, como Siemens, hasta que no pudo seguir trabajando en su especialidad.

Era representante de empresas textiles, parece que en la valija tenía como treinta camisas, que después fueron pañales para las hijas. Mi papá era un berlínés ciento por ciento, para él era su lugar.

Cuando migraron dejaron en Berlín a los padres y a la Tía Lotte con su hijita. A los padres de mi mamá los mataron en Auschwitz y a la madre de mi padre en el gueto de Lodz. La familia llegó al puerto de Buenos Aires el mismo día que el presidente Ortiz hace un decreto por ser 25 de mayo. La Asociación Filantrópica Israelita de Baron Hirsch trabajó para que esos 2000 judíos que estaban en el puerto pudieran bajar en Argentina y se suprimiera el traslado a Bolivia. Los dejaron bajar y fueron al Hotel de Inmigrantes, y mi padre directamente pasó a un trabajo. Parece que en un solo día de búsqueda ya estaba trabajando. Es que tuvieron un problema de estafa, ellos sacaron el dinero vía Suiza, incluso cruzaron la frontera para dar el dinero a un amigo de mi papá, pero ese dinero nunca llegó a Argentina. Se quedaron sin nada, llegaron con cero, pero consiguió trabajo como ingeniero, y alquilaron en barrio Saavedra, y pudieron pagar un pequeño alquiler.

Mi madre comenzó a trabajar en costura, porque no se animó a retomar su trabajo de experta en relaciones exteriores, que fue lo que había estudiado y en lo que había desarrollado su trabajo profesional, por el idioma, en principio. Pero con la máquina de coser empezó a trabajar después que nacimos mi hermana y yo. Mis padres llegaron en el ‘39 y en el ‘42 es mi nacimiento y en el ‘43 nace mi hermana menor. En poco tiempo tuvieron tres hijas. Mi hermana mayor me lleva siete años.

Mi madre se instaló como dueña de un taller de costura muy especializado, le fue muy bien,.Había hecho en Berlín un curso de corsetería para poder salir de allá con algún oficio que en Argentina fuera necesario. Mi padre salió como cerrajero y mi madre como corsetera. Dentro de toda esta desgracia ella era una escritora, le gustaba relatar, siempre contaba estas cosas. Sufrió tanto y a nosotras que éramos muy pequeñas nos lo contaba. Mis recuerdos y los de mi hermana Trizi son parecidos, porque se formaron de los relatos maternos. Mi padre tenía un gran sentido del humor, parece que en el barco se paró en una mesa e imitó a Hitler, se puso un cepillo de dientes en el labio superior a lo Charles Chaplin. ¡Recién salido de Alemania, mi mamá se moría de miedo, pero él era así, se reía hasta de la tragedia! Era muy equilibrado, aunque se le subía la tensión a 28; vivió con un un acv siete años con medio cuerpo paralizado. Tuvo que dejar de trabajar, les iba bastante bien. Con dos socios italianos y otro alemán judío pusieron una fábrica de matricería. Mi papá tenía una gran habilidad, era un inventor con patentes, y fabricaban unas cajas de luz que nadie hacía, ya les estaban saliendo trabajos grandes en Buenos Aires y justo ahí se enfermó. Vendió su parte de la fábrica.

Mi madre afrontó, hasta que en el ‘54 y ‘57 le salieron las reparaciones de los alemanes para los sobrevivientes, y tenía el kindergueld, el dinero para los hijos, eso nos los pasó a nosotras para que estudiemos, porque los alemanes pagaban. Antes no estaba muy segura, porque no podía solventar tanto. Pero Uschi y yo trabajamos desde muy niñas. A los once años ya estaba parada en una caja de mayoristas en el Once, y fuimos las dos a trabajar a Sedalana, de una amiga de mi mamá, que nos empleó ahí. Uschi estaba en los telares y yo era pinche en una tienda de comercio. Mientras tanto las dos íbamos a la escuela, yo iba a la nocturna, al menos un año, y Uschi hizo varios años de noche. Mi hermana menor lo pasó un poco mejor, pero mi mamá decidió que ella no iba a ir al secundario completo, la mandó a un secretariado, pero rindió libre, con la ayuda de mi hermana mayor y se pasó al Liceo de Señoritas.

A raíz de la enfermedad de mi padre, que ya no podía trabajar, mi madre, incluso se ocupaba de hacerle los papeles a toda la colectividad acá en barrio de Belgrano. Decidieron comprar en Río Ceballos, Córdoba, donde habíamos ido una sola vez, pero a mi mamá le gustó tanto, yo no sé decir cuáles fueron sus motivaciones. Creo que quería estar en un lugar tranquilo, decía que a mi papá le vendría bien y no se le ocurrió mejor cosa que levantar a toda la familia y llevarla. Mi hermana mayor se empacó, se quedó en el departamento en Buenos Aires, y ahí se casó y no se fue a Córdoba. Nosotras dos vinimos a Córdoba, a Río Ceballos habíamos perdido a nuestros amigos, y encontrar escuela fue una odisea. Mi madre buscó escuela allí, pero las monjas no nos admitieron, dos chicas judías en su escuela era algo inadmisible. Las monjas estaban en la esquina de la casa, una buena razón. En Córdoba no había banco. Terminamos en las Dominicas donde también nos dijeron que no porque éramos judías. Y finalmente y a los gritos, nos aceptaron en el Liceo de Señoritas, escuela para todas las chicas que se quedaban de año en todas las escuelas más finas de Córdoba, y entonces, estuvimos con grupitos muy simpáticos. Pero salíamos a las seis de la mañana para llegar a Córdoba a horario.

Mi papá está enterrado en el cementerio de Córdoba, en el ‘59 fuimos a Cordoba, y en el ‘61 él falleció.  Mi mamá era presidenta de la Wizo de Rio Ceballos, tenía un sionismo crítico, pero se sentía muy judía. Había una o dos judías alemanas, y mi mamá organizaba las reuniones. Encontré un discurso de ella.

Tengo buena onda con mis padres, lograron que nosotras fuéramos inquietas, ofrecieron lugar a nuestras preguntas y búsquedas, nos alentaron en nuestras elecciones. Fueron padres protectores pero muy libertarios, mi mamá era una berlinesa de los años 30. Bertolt Brecht, la música de esa época, Thomas Mann, y además se jactaba de haber conocido a Albert Einstein. Él hacía reuniones con jóvenes judíos y mi mamá fue una sola vez a una de esas convocatorias, y le parecía un gran motivo de orgullo que contó muchas veces a lo largo de su vida. Lo que sí es indudable es que la biblioteca de mis padres era muy grande, había muchas obras interesantes, todavía tengo una parte.

Recuerdo que mi padre tenía un sentimiento judío muy tranquilo, nosotras le preguntábamos porque teníamos que estar en el judaísmo, – ¿No nos podemos ir? – le decíamos. Entonces él contestaba sabíamente: “ Si durante miles de años fuimos judíos y de hecho nosotros lo somos,  y si hice bar mitzvá y mi mamá también, porqué ustedes van a salirse de esto que lleva tanta historia y nos acompañó durante tantos siglos? “ Era un judío tranquilo pero bien convencido, teníamos los libros de la sinagoga. La familia de él tiene orígenes rusos y polacos. El origen de mi madre era de Könisberg, Prusia Oriental. Los abuelos migraron de esas zonas.

Mi abuela materna, Margarette Doblin, era prima hermana del escritor de Berlin AlexanderPlatz, Alfred Doblin. Era nuestro pariente ilustre y se leían todos sus libros, él estuvo en la embajada en Francia, después de la guerra. Toda familia tiene un famoso, en la nuestra era Doblin.

Esta cuestión del judaísmo estaba muy clara, era una familia judía, pero laicos, no había vinculación con el ámbito religioso, mis padres conocían las comunidades pero no pisaban el templo. Nosotras íbamos a la Sociedad Filantrópica Israelita. Nos ayudaron muchísimo, en especial el Kinderheim[1], fundado por el barón Hirsch. Era una institución que estaba en Buenos Aires para ayudar a los inmigrantes con los hijos.  En la guardería nosotras estábamos hasta las seis de la tarde. Casi todos eran judíos alemanes, traían las chicas de Entre Ríos para que sean nuestras tantes,[2] las cuidadoras. Se llamaba el Hogar Infantil Israelita, recibimos allí una formación judía, tuvimos religión con el rabino, se hacía Pesaj.

En casa los valores eran intelectuales, les encantaba comprar libros de arte, que miremos los impresionistas, los expresionistas, los románticos la literatura y el idioma alemán. Tenían un gran afecto por la lengua, ellos no nos hicieron estudiar alemán, pero cultivaban la lengua como un tesoro. Hablaban casi exclusivamente en alemán, hablaban de Goethe, de Schiller. Cultivaban la amistad, tenían un grupo importante, siempre dentro de este ambiente de habla alemana.

En casa había una especie de cultura de la hospitalidad. Cuando venía alguien, ponían la mesa, compraban cosas ricas, y tenían los amigos cariño hacia nosotras, nos regalaban cosas. El otro gran culto era el trabajo, mi madre tenía el taller en casa, de ligas de novia, de portaligas, de corpiños, corsetería muy fina, mi tía decía que era para mujeres de vida dudosa, pero mi mamá nunca dijo eso. Al taller lo tenía en mi casa, y venía una obrera cada día a trabajar. Mi padre acondicionó el lugar y fue el autor de las máquinas que ella necesitaba. Había inventado una máquina de plegar, que era para hacer las ligas de novia, era una casa creativa. Estaban orgullosos ambos de la vida que llevaban. En esa cultura del trabajo desde muy temprano tuvimos participación. Por ejemplo Trizi y yo nos recorríamos el barrio con paquetes para las costureras, eran todas a domicilio, y estaban en los conventillos cerca de casa, nos hacíamos amigas de la gente, la verdad que ese era un medio muy interesante. Mi padre nos llevaba a su fábrica, y la Uschi la mayor, trabajaba desde muy chica con mi mamá.

La muerte de mi papá nos confrontó a nosotras, las dos vinimos a Centro Unión a ocuparnos del entierro. Me acuerdo que un rabino o alguien nos preguntó si mis padres eran víctimas del holocausto, y nosotras dijimos: -Siiiiiiiiii! Pero nuestros padres escaparon unos años antes. Nos considerábamos víctimas del holocausto, cuando en realidad somos los salvados del holocausto. En aquél caso lo hubieran enterrado en un lugar honorable, especial. Cuando le explicamos porqué creíamos que éramos víctimas, les dijimos que mis padres huyeron en 1932, nos dijo que no, que no lo éramos. Pero Incluso en mi familia mis hijos se sienten víctimas, especialmente mi hijo mayor. Mi madre desde la Kristalnacht sabía lo que estaba sucediendo, también sabía que había campos de concentración.  Mi madre tenía las visiones de que todo iba a peor, cuando fueron las leyes de Nüremberg también, fue una época donde ella era poseedora de una gran consciencia. Tenía una hermana comunista, muy lúcida. Aparte era como visionaria. Y tenía razón. Mi papá en cambio era super alemán: “-Si yo pelée en la trinchera, para Alemania, si yo perdí a mi hermano delante de mi cara, como me van a decir que me vaya de Alemania, si somos alemanes”. Lo vivía como algo imposible. Pero mi mamá le metió en la cabeza y mi papá aceptó. Sino yo no existía. Se iban a ir al campo de concentración con mi abuela. En mi casa se decía que ellos se salvaron. Mi hermana mayor recuerda como le sacaron la cunita los nazis, como se llevaron todas sus cosas, que entraban en la casa de ellos, le rompieron todo… les sacaron todo, y cuando eso sucedió mi mamá y la madre de mi padre, estaban en la casa. Los hombres trabajaban, se fueron cada una a una esquina, esperaron a los hombres, mi papá y su hermano, y estuvieron toda la noche caminando por Berlín. Mi mamá contaba esta historia una y mil veces, así como lo de la KristallNacht;.”- Vi el cielo rojo de Berlin, no podíamos creer, estaban incendiando todas las sinagogas, quemaban los libros”. Todos los 11 de noviembre mi mamá se acordaba de la KristallNacht, y esas historias se las saben mis hijos y se la van a saber mis nietos. Eso nos marcó la vida a todos.

Las tres nos casamos, y cada una migró para otro lado, la Oma quedó en Río Ceballos, pero cuando nosotros fuimos a Alemania, en el 70 empezó a ir a Alemania. Me ayudó con el alemán, para nuestra beca, y decidió quedarse para siempre. Se fue al SchwartzWald[3], a una casita de vacaciones, nunca había vivido en el sur, y nosotros en Colonia. Cuando nos volvimos ella no quiso volver, nunca quiso a pesar de nuestros esfuerzos. Luego se fue a Colonia, y luego a Düseldorf, donde murió.

Trizi en el ‘74 se fue a Australia.  Ahora que vivo en Buenos Aires, me doy cuenta que he vuelto al barrio de mis padres, donde vivimos al inicio. Todo existe aún en el barrio de Belgrano, la sinagoga a la vuelta de casa, a la misma que nosotras íbamos con mis hermanas. Ahora mantengo una unidad entre mi pasado y mi presente. Reconstruyó la vida que vivimos con mis padres. El redondeo de esta pandemia es que las tres hermanas nos hemos reencontrado, una en Australia, otra en Estados Unidos, y yo en Buenos Aires. Es casi un regalo de Dios esta oportunidad, cantamos las canciones de cuando éramos niñas, repetimos frases que nos marcaron, nos reímos mucho, recordamos la buena infancia que nos regalaron nuestros padres.

[1] Trad. Alemán: guardería

[2] Trad. Alemán: tías

[3] Selva Negra

Augusta Abraham – Werner Noher

Entrevista a Inés Noher de Halac

Autora de la nota: Nora Pojomovsky

 

Mis padres nacieron en Berlín. Mi madre se había casado antes con otro señor del mismo apellido nuestro que falleció de gripe española cuando ella esperaba un bebé.

Los dos maridos tenían el mismo apellido; ambos eran primos. Ella ya tenía una hijita, mi hermana Uschi. En ese momento habrá tenido dos años. Se casaron con una pequeña ceremonia y muy enamorados, dijo mi madre que ya estaban los nazis en el poder. Mi padre era un señor un poco mayor, de unos cuarenta años y sospecho que tenía una familia anterior y que por las leyes de Nüremberg tuvo que dejarla. Ese capítulo de nuestra vida no lo conocemos, mi padre nunca hizo referencia a él. Es algo que mis hermanas y yo hemos creído que era así en base a datos  sueltos que fuimos uniendo.

Se casan en el ´38, y también por las leyes de Nüremberg no podían trabajar en sus profesiones. Mi madre era empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, y creo que en el ‘35 la fueron a buscar las SS a su lugar de trabajo. Lo supo por un amigo comunista que le avisó que venían por los judíos y pudo escapar. Ella se fue por la puerta de atrás y huyó. Estudiaba algunas materias en la universidad y tenía ese empleo como secretaria de un capitán.

Mi padre era ingeniero electromecánico, pero trabajaba vendiendo camisas porque tampoco podía seguir con su profesión. La visionaria fue mi madre, sabía que los nazis serían poder, y que Hitler iba a cumplir con lo que planificaba, y le dijo a mi padre que salieran de Alemania. Intentó mandar a mi hermana a Suecia, solita, donde mi madre tenía un hermano porque mi madre tenía la visión que los chicos también corrían riesgos. Lo que si se equivocaron es en que los abuelos no estaban en peligro. La cuestión es que tocaron puertas por todas las embajadas hasta que consiguieron una visa a Bolivia. Se embarcaron en un buque con chicos judíos todos menores que ellos dos, grupos juveniles que venían con dos rabinos. Llegaron a la Argentina y tuvieron un momento de gloria: el barco francés La Formose entró a Buenos Aires un 25 de mayo. Previo a llegar al al Havre, de donde saldrían, mi padre fue llevado por la SS en Aachen, cuando hicieron bajar a los judíos del tren. Y mi mamá con su hijita pequeña, esperaron que regrese. Estuvo varias horas demorado y volvió, tembloroso. Tomaron el tren siguiente al Havre. Mi padre parece que tenía un documento firmado por Hitler de su participación en la primera guerra mundial, eso lo salvó. Parece que muchos judíos tenían esos documentos. Él había sido oficial. Mis padres nunca apoyaron a Hitler y siempre se dieron cuenta que era un régimen criminal. Mi padre volvió de la guerra del ‘14 en el ‘18, se quedó en el ejército alemán, después de haber trabajado en empresas grandes, como Siemens, hasta que no pudo seguir trabajando en su especialidad.

Era representante de empresas textiles, parece que en la valija tenía como treinta camisas, que después fueron pañales para las hijas. Mi papá era un berlínés ciento por ciento, para él era su lugar.

Cuando migraron dejaron en Berlín a los padres y a la Tía Lotte con su hijita. A los padres de mi mamá los mataron en Auschwitz y a la madre de mi padre en el gueto de Lodz. La familia llegó al puerto de Buenos Aires el mismo día que el presidente Ortiz hace un decreto por ser 25 de mayo. La Asociación Filantrópica Israelita de Baron Hirsch trabajó para que esos 2000 judíos que estaban en el puerto pudieran bajar en Argentina y se suprimiera el traslado a Bolivia. Los dejaron bajar y fueron al Hotel de Inmigrantes, y mi padre directamente pasó a un trabajo. Parece que en un solo día de búsqueda ya estaba trabajando. Es que tuvieron un problema de estafa, ellos sacaron el dinero vía Suiza, incluso cruzaron la frontera para dar el dinero a un amigo de mi papá, pero ese dinero nunca llegó a Argentina. Se quedaron sin nada, llegaron con cero, pero consiguió trabajo como ingeniero, y alquilaron en barrio Saavedra, y pudieron pagar un pequeño alquiler.

Mi madre comenzó a trabajar en costura, porque no se animó a retomar su trabajo de experta en relaciones exteriores, que fue lo que había estudiado y en lo que había desarrollado su trabajo profesional, por el idioma, en principio. Pero con la máquina de coser empezó a trabajar después que nacimos mi hermana y yo. Mis padres llegaron en el ‘39 y en el ‘42 es mi nacimiento y en el ‘43 nace mi hermana menor. En poco tiempo tuvieron tres hijas. Mi hermana mayor me lleva siete años.

Mi madre se instaló como dueña de un taller de costura muy especializado, le fue muy bien,.Había hecho en Berlín un curso de corsetería para poder salir de allá con algún oficio que en Argentina fuera necesario. Mi padre salió como cerrajero y mi madre como corsetera. Dentro de toda esta desgracia ella era una escritora, le gustaba relatar, siempre contaba estas cosas. Sufrió tanto y a nosotras que éramos muy pequeñas nos lo contaba. Mis recuerdos y los de mi hermana Trizi son parecidos, porque se formaron de los relatos maternos. Mi padre tenía un gran sentido del humor, parece que en el barco se paró en una mesa e imitó a Hitler, se puso un cepillo de dientes en el labio superior a lo Charles Chaplin. ¡Recién salido de Alemania, mi mamá se moría de miedo, pero él era así, se reía hasta de la tragedia! Era muy equilibrado, aunque se le subía la tensión a 28; vivió con un un acv siete años con medio cuerpo paralizado. Tuvo que dejar de trabajar, les iba bastante bien. Con dos socios italianos y otro alemán judío pusieron una fábrica de matricería. Mi papá tenía una gran habilidad, era un inventor con patentes, y fabricaban unas cajas de luz que nadie hacía, ya les estaban saliendo trabajos grandes en Buenos Aires y justo ahí se enfermó. Vendió su parte de la fábrica.

Mi madre afrontó, hasta que en el ‘54 y ‘57 le salieron las reparaciones de los alemanes para los sobrevivientes, y tenía el kindergueld, el dinero para los hijos, eso nos los pasó a nosotras para que estudiemos, porque los alemanes pagaban. Antes no estaba muy segura, porque no podía solventar tanto. Pero Uschi y yo trabajamos desde muy niñas. A los once años ya estaba parada en una caja de mayoristas en el Once, y fuimos las dos a trabajar a Sedalana, de una amiga de mi mamá, que nos empleó ahí. Uschi estaba en los telares y yo era pinche en una tienda de comercio. Mientras tanto las dos íbamos a la escuela, yo iba a la nocturna, al menos un año, y Uschi hizo varios años de noche. Mi hermana menor lo pasó un poco mejor, pero mi mamá decidió que ella no iba a ir al secundario completo, la mandó a un secretariado, pero rindió libre, con la ayuda de mi hermana mayor y se pasó al Liceo de Señoritas.

A raíz de la enfermedad de mi padre, que ya no podía trabajar, mi madre, incluso se ocupaba de hacerle los papeles a toda la colectividad acá en barrio de Belgrano. Decidieron comprar en Río Ceballos, Córdoba, donde habíamos ido una sola vez, pero a mi mamá le gustó tanto, yo no sé decir cuáles fueron sus motivaciones. Creo que quería estar en un lugar tranquilo, decía que a mi papá le vendría bien y no se le ocurrió mejor cosa que levantar a toda la familia y llevarla. Mi hermana mayor se empacó, se quedó en el departamento en Buenos Aires, y ahí se casó y no se fue a Córdoba. Nosotras dos vinimos a Córdoba, a Río Ceballos habíamos perdido a nuestros amigos, y encontrar escuela fue una odisea. Mi madre buscó escuela allí, pero las monjas no nos admitieron, dos chicas judías en su escuela era algo inadmisible. Las monjas estaban en la esquina de la casa, una buena razón. En Córdoba no había banco. Terminamos en las Dominicas donde también nos dijeron que no porque éramos judías. Y finalmente y a los gritos, nos aceptaron en el Liceo de Señoritas, escuela para todas las chicas que se quedaban de año en todas las escuelas más finas de Córdoba, y entonces, estuvimos con grupitos muy simpáticos. Pero salíamos a las seis de la mañana para llegar a Córdoba a horario.

Mi papá está enterrado en el cementerio de Córdoba, en el ‘59 fuimos a Cordoba, y en el ‘61 él falleció.  Mi mamá era presidenta de la Wizo de Rio Ceballos, tenía un sionismo crítico, pero se sentía muy judía. Había una o dos judías alemanas, y mi mamá organizaba las reuniones. Encontré un discurso de ella.

Tengo buena onda con mis padres, lograron que nosotras fuéramos inquietas, ofrecieron lugar a nuestras preguntas y búsquedas, nos alentaron en nuestras elecciones. Fueron padres protectores pero muy libertarios, mi mamá era una berlinesa de los años 30. Bertolt Brecht, la música de esa época, Thomas Mann, y además se jactaba de haber conocido a Albert Einstein. Él hacía reuniones con jóvenes judíos y mi mamá fue una sola vez a una de esas convocatorias, y le parecía un gran motivo de orgullo que contó muchas veces a lo largo de su vida. Lo que sí es indudable es que la biblioteca de mis padres era muy grande, había muchas obras interesantes, todavía tengo una parte.

Recuerdo que mi padre tenía un sentimiento judío muy tranquilo, nosotras le preguntábamos porque teníamos que estar en el judaísmo, – ¿No nos podemos ir? – le decíamos. Entonces él contestaba sabíamente: “ Si durante miles de años fuimos judíos y de hecho nosotros lo somos,  y si hice bar mitzvá y mi mamá también, porqué ustedes van a salirse de esto que lleva tanta historia y nos acompañó durante tantos siglos? “ Era un judío tranquilo pero bien convencido, teníamos los libros de la sinagoga. La familia de él tiene orígenes rusos y polacos. El origen de mi madre era de Könisberg, Prusia Oriental. Los abuelos migraron de esas zonas.

Mi abuela materna, Margarette Doblin, era prima hermana del escritor de Berlin AlexanderPlatz, Alfred Doblin. Era nuestro pariente ilustre y se leían todos sus libros, él estuvo en la embajada en Francia, después de la guerra. Toda familia tiene un famoso, en la nuestra era Doblin.

Esta cuestión del judaísmo estaba muy clara, era una familia judía, pero laicos, no había vinculación con el ámbito religioso, mis padres conocían las comunidades pero no pisaban el templo. Nosotras íbamos a la Sociedad Filantrópica Israelita. Nos ayudaron muchísimo, en especial el Kinderheim[1], fundado por el barón Hirsch. Era una institución que estaba en Buenos Aires para ayudar a los inmigrantes con los hijos.  En la guardería nosotras estábamos hasta las seis de la tarde. Casi todos eran judíos alemanes, traían las chicas de Entre Ríos para que sean nuestras tantes,[2] las cuidadoras. Se llamaba el Hogar Infantil Israelita, recibimos allí una formación judía, tuvimos religión con el rabino, se hacía Pesaj.

En casa los valores eran intelectuales, les encantaba comprar libros de arte, que miremos los impresionistas, los expresionistas, los románticos la literatura y el idioma alemán. Tenían un gran afecto por la lengua, ellos no nos hicieron estudiar alemán, pero cultivaban la lengua como un tesoro. Hablaban casi exclusivamente en alemán, hablaban de Goethe, de Schiller. Cultivaban la amistad, tenían un grupo importante, siempre dentro de este ambiente de habla alemana.

En casa había una especie de cultura de la hospitalidad. Cuando venía alguien, ponían la mesa, compraban cosas ricas, y tenían los amigos cariño hacia nosotras, nos regalaban cosas. El otro gran culto era el trabajo, mi madre tenía el taller en casa, de ligas de novia, de portaligas, de corpiños, corsetería muy fina, mi tía decía que era para mujeres de vida dudosa, pero mi mamá nunca dijo eso. Al taller lo tenía en mi casa, y venía una obrera cada día a trabajar. Mi padre acondicionó el lugar y fue el autor de las máquinas que ella necesitaba. Había inventado una máquina de plegar, que era para hacer las ligas de novia, era una casa creativa. Estaban orgullosos ambos de la vida que llevaban. En esa cultura del trabajo desde muy temprano tuvimos participación. Por ejemplo Trizi y yo nos recorríamos el barrio con paquetes para las costureras, eran todas a domicilio, y estaban en los conventillos cerca de casa, nos hacíamos amigas de la gente, la verdad que ese era un medio muy interesante. Mi padre nos llevaba a su fábrica, y la Uschi la mayor, trabajaba desde muy chica con mi mamá.

La muerte de mi papá nos confrontó a nosotras, las dos vinimos a Centro Unión a ocuparnos del entierro. Me acuerdo que un rabino o alguien nos preguntó si mis padres eran víctimas del holocausto, y nosotras dijimos: -Siiiiiiiiii! Pero nuestros padres escaparon unos años antes. Nos considerábamos víctimas del holocausto, cuando en realidad somos los salvados del holocausto. En aquél caso lo hubieran enterrado en un lugar honorable, especial. Cuando le explicamos porqué creíamos que éramos víctimas, les dijimos que mis padres huyeron en 1932, nos dijo que no, que no lo éramos. Pero Incluso en mi familia mis hijos se sienten víctimas, especialmente mi hijo mayor. Mi madre desde la Kristalnacht sabía lo que estaba sucediendo, también sabía que había campos de concentración.  Mi madre tenía las visiones de que todo iba a peor, cuando fueron las leyes de Nüremberg también, fue una época donde ella era poseedora de una gran consciencia. Tenía una hermana comunista, muy lúcida. Aparte era como visionaria. Y tenía razón. Mi papá en cambio era super alemán: “-Si yo pelée en la trinchera, para Alemania, si yo perdí a mi hermano delante de mi cara, como me van a decir que me vaya de Alemania, si somos alemanes”. Lo vivía como algo imposible. Pero mi mamá le metió en la cabeza y mi papá aceptó. Sino yo no existía. Se iban a ir al campo de concentración con mi abuela. En mi casa se decía que ellos se salvaron. Mi hermana mayor recuerda como le sacaron la cunita los nazis, como se llevaron todas sus cosas, que entraban en la casa de ellos, le rompieron todo… les sacaron todo, y cuando eso sucedió mi mamá y la madre de mi padre, estaban en la casa. Los hombres trabajaban, se fueron cada una a una esquina, esperaron a los hombres, mi papá y su hermano, y estuvieron toda la noche caminando por Berlín. Mi mamá contaba esta historia una y mil veces, así como lo de la KristallNacht;.”- Vi el cielo rojo de Berlin, no podíamos creer, estaban incendiando todas las sinagogas, quemaban los libros”. Todos los 11 de noviembre mi mamá se acordaba de la KristallNacht, y esas historias se las saben mis hijos y se la van a saber mis nietos. Eso nos marcó la vida a todos.

Las tres nos casamos, y cada una migró para otro lado, la Oma quedó en Río Ceballos, pero cuando nosotros fuimos a Alemania, en el 70 empezó a ir a Alemania. Me ayudó con el alemán, para nuestra beca, y decidió quedarse para siempre. Se fue al SchwartzWald[3], a una casita de vacaciones, nunca había vivido en el sur, y nosotros en Colonia. Cuando nos volvimos ella no quiso volver, nunca quiso a pesar de nuestros esfuerzos. Luego se fue a Colonia, y luego a Düseldorf, donde murió.

Trizi en el ‘74 se fue a Australia.  Ahora que vivo en Buenos Aires, me doy cuenta que he vuelto al barrio de mis padres, donde vivimos al inicio. Todo existe aún en el barrio de Belgrano, la sinagoga a la vuelta de casa, a la misma que nosotras íbamos con mis hermanas. Ahora mantengo una unidad entre mi pasado y mi presente. Reconstruyó la vida que vivimos con mis padres. El redondeo de esta pandemia es que las tres hermanas nos hemos reencontrado, una en Australia, otra en Estados Unidos, y yo en Buenos Aires. Es casi un regalo de Dios esta oportunidad, cantamos las canciones de cuando éramos niñas, repetimos frases que nos marcaron, nos reímos mucho, recordamos la buena infancia que nos regalaron nuestros padres.

[1] Trad. Alemán: guardería

[2] Trad. Alemán: tías

[3] Selva Negra

Regresar