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Moisés Nysencwaig – Lily Rabinovich

Moisés Nysencwaig Z”L
Lilia Rabinovich Z”L

Moisés Nysencwaig – Lily Rabinovich

Moisés Nysencwaig Z”L
Lilia Rabinovich Z”L

Familia Rabinovich: Rebeca, Lily, León y Luisa junto a sus padres Ester y Pedro 

(Polonia 1920)

 

Mauricio Nysencwaig 1929

Mi papá Moisés Nysencwaig (Don Mauricio) nació en un pueblo que ahora es frontera entre Polonia y Rusia. Eran 10 hermanos y sufrían restricciones en sus ocupaciones. Es difícil imaginar el valor que tuvo mi padre cuando a los 17 años decidió abandonar la comodidad familiar (vida con padres y hermanos) para viajar en barco (en camarote de 3º clase) a Argentina, único país que recibía inmigrantes judíos.
Comenzó a trabajar cosechando maíz en La Pampa; luego se trasladó a Córdoba y con la ayuda de gente solidaria abrió un pequeño negocio de venta de ropa masculina. Pero con la depresión de la década del ’30 perdió todo y tuvo que volver a empezar.
Mi madre Lilia (Doña Lily) inmigró de Polonia con sus padres y hermanos; sus dos hermanos mayores Shmuel y Meier fueron a Israel no dispuestos a servir en el ejército polaco, y con la idea de que a corto plazo toda la familia se reuniría en Israel. El destino no lo dispuso así y la familia quedó dividida, situación que mi bobe Esther nunca pudo soportar.
Se establecieron en Córdoba donde se encontraron con familias que estaban en las mismas condiciones. Mi mamá como no sabía hablar el castellano no quiso quedarse y viajó a Moises Ville donde vivían primos de apellido Alperin. Se quedó a vivir allí durante 2 o 3 años, aprendió el idioma, se adaptó a la nueva vida y sus costumbres, y volvió a Córdoba con su familia.
Conoció a mi papá, se casaron y se trasladaron a Alta Gracia, donde instalaron un negocio de venta de ropa; trabajaron arduamente y les fue comercialmente bien. Mis zeides vivían cerca nuestro, nos querían y nos mimaban mucho; tengo el mejor recuerdo de ellos. Al zeide le gustaba trabajar la madera e hizo banquitos para cada uno de sus nietos.
A mi mamá le gustaba mucho la lectura. Nunca dejó de leer, le apasionaba y le interesaba conocer lo que pasaba en el mundo, en una época en la que era difícil el acceso a la información. Para ella la separación de sus hermanos resultó muy traumática; siempre se contactaban por cartas extensas escritas en idish y despachadas por avión en sobres estampillados. Se contaban sus historias de vida y ansiaban reencontrarse. Mi papá le prometió que apenas pudieran irían a visitarlos. Después de 36 años de no verse emprendimos el viaje coincidente con el 10º aniversario del Estado de Israel; viajamos 35 días en el barco Conte Grande y al pisar tierra mi mamá se agachó y besó el suelo israelí.
Nunca olvidaré el reencuentro de los hermanos en el puerto de Haifa; todavía el recuerdo me hace lagrimear. Llegamos a la casa del tío Shmuel en Tel Aviv y lo primero que veo sobre la mesa del comedor (debajo del vidrio que la cubría) muchísimas fotos de la “familia argentina” que mis padres les fueron enviando.
Cuando regresamos a Córdoba, mis padres fueron al Centro Unión y nos contaron con orgullo que habían comprado asientos en el Templo de Alvear, lugares que siempre ocuparon.
Con mi hermana nos educamos en escuelas públicas primaria y secundaria; cuando ingresamos a la Universidad nos trasladamos a Córdoba (padres e hijas). Nos casamos, formamos nuestras familias, continuando los valores y tradiciones judías que nos inculcaron.
No recuerdo demasiadas anécdotas de vida porque mis padres eran muy reservados, no nos querían contar su pasado y deseaban olvidar los padecimientos sufridos. Fuimos una familia muy feliz, en mi casa no se escuchaban gritos ni peleas; sólo recuerdo una vez en que mi papá me pegó con un sobre de celofán (de los que cubrían las camisas que se vendían en el negocio).
Mis padres tuvieron siempre actitudes altruistas, sus brazo abiertos y sus corazones llenos de amor hacia su familia, manteniendo en todo momento su identidad judía, legado que quiero dejar a mis hijos, nietos y sobrinos, a quienes amo profundamente.

Sara Nysencwaig de Garvich

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